Juan Aguilar

En un rincón, en soledad, sin contacto con los demás, evitando cualquier roce que contamine el placer del amor propio lacerado.

A pesar de una presencia grande necesitaba subirse a su pedestal para aparentar más de lo que era. Disfrutaba mirando desde arriba, decidiendo sobre los demás,

Llegó al acantilado con el alma saturada de emociones y se sentó con los pies colgando en el borde, no necesitaba nada más…

Eran las fiestas patronales y él, una vez más, había acudido al pueblo del que había huido renegando entre rencores.

Desde que se fue todos los días miraba el buzón por si había llegado correo. Se arrepentía, atormentada, de no haber evitado la partida

Remoloneaba entre las sábanas agotado y satisfecho por un encuentro inesperado.

De repente se apagó la luz justo cuando entraba en el salón. Un tropiezo a ciegas, con alguno de esos muebles que nunca están en su sitio…

Noto el crepitar del suelo cubierto de escarcha bajo mis pies. Un blanco cristalizado refleja la luz de la farola más cercana.