
Salida de misa4.6 (8)
Se abren las puertas, es la salida de misa. Un grupo abultado con expresión beatífica las atraviesa, copando las escaleras de acceso a la iglesia. Se forman corrillos entorpeciendo la salida del resto, donde unos comentan de otros: mira cómo va fulano, no ha venido mengano, que mayor que está el sacerdote, alguno excusa torpemente su tardanza, otros. Ataviados de residentes de fin de semana, con formas cuidadas, acuerdan dónde cenar, mientras reciben con placer de triunfadores el calor de una primavera que avanza.
Un hombre con su mujer se acerca a uno de los grupos, saluda apocado. El forastero asiduo le corresponde con una sonrisa incómoda. Sus contertulios le interpelan con algo de impertinencia, él zanja, displicente, la curiosidad con un: el jardinero.
Un matrimonio mediano, huérfano de sus hijos, él delgado con amplia barriga, ella de caderas anchas y pechos pesados, evoluciona sorteando la gente parada, ensimismada en sus conversaciones.
Un viejo tembloroso, con la mirada caída, busca apoyo en la barandilla, tropezando con espaldas, que se giran con disculpas de conveniencia. ―Papá ―le grita su hija recriminándole su propio despiste.
Mientras tanto una mujer enlutada se difumina despacio entre los viandantes, pensando si quedó algo para comer.
Por fin sale el cura, ya sin adornos, y se despide dando por concluida la actuación. Las escaleras se vacían con calma, se cierran quejosas las puertas. La iglesia se queda hierática entre el griterío de las terrazas que la rodean.
Los feligreses menos apremiados se diluyen entre las mesas. Algunos buscan sitio, a otros les esperan con el aperitivo ya iniciado, los demás siguen de largo.
Contemplando la escena, desde una de las terrazas con unas amigas, me fijo en las maniobras de los diferentes protagonistas. ―Salida de misa ―comenta una de mis acompañantes― esto te puede dar para uno de tus relatos― Bueno, pues aquí está.