
Sábado por la noche4.8 (9)
Es sábado por la noche, llego unos minutos antes y el compañero me lo agradece. Unas novedades insulsas y el manojo de llaves por toda comunicación, da comienzo a mi jornada.
Aborrezco este turno, toda la noche sin la esperanza de ver a nadie, solamente al guarda que me relevará por la mañana. Recorriendo pasillos, con los puestos cerrados, para no caer dormido. Iluminándome con una linterna, evitando las luces de emergencia que provocan sombras.
Un silencio apagado reina en el mercado, tan solo roto por algún grito aislado del exterior o el arranque de alguna dormida cámara.
Desde pequeño venía con mi madre, soy del barrio, conozco a la mayoría de los comerciantes. Me encanta hablar con ellos cuando amanecen con la ilusión de un día por delante, un café acompañado de churros con el carnicero, unos buenos días a la pescadera, alguna broma del de los quesos… Cuando termino mi horario suelo quedarme un rato, seducido por el bullicio. Por eso odio los sábados por la noche, mañana no vendrá nadie, me iré a la cama vacío, sin el calor de una conversación, ni los agradables saludos de mis amigos.
Es la cuarta vez que paso por el mismo pasillo, me he descubierto contando los pasos. Trato de entretenerme buscando cierres sin echar, puertas abiertas, fugas, algo que me entretenga, que me ayude a esquivar mis pensamientos y haga correr el tiempo.
Todo está limpio, pulcro, sin un triste papel que leer, que me lleve a otros mundos, a mi infancia precipitándome por los corredores, agachándome para entrar en los puestos, perseguido sin preocupación por mi madre, ya me conocían los vendedores y los clientes, que nos miraban con sonrisas apenadas, pero a mi me parecían de felicidad. Más de una vez oí ―Pobrecito, es distinto― pero no sabía que querían decir, hasta que alguien me gritó subnormal, por empujarle accidentalmente, y entonces me di cuenta que no era como los demás. Pero no importa, todos me quieren y me pidió perdón.
En ocasiones me preguntan si no paso miedo por las noches, yo les contesto que no, que me gustan los olores a limpio mezclados con los de pescados, quesos y verduras. Que aunque estén los puestos cerrados yo sé lo que hay detrás. Como coloca la fruta mi cuñado después de sacarle brillo, como junta la verdura que quiere destacar. Como distribuye el hielo entre el pescado José, para resaltar los colores y que le aguanten más, tapando aquellos que tienen que esperar a la señora que viene tarde, después de dejar al marido en el centro de día. He visto a Felipe poniendo las bandejas con la carne que quiere sacar primero hacia fuera, cerca del cliente, para que las vea. Huelo el horno de Juan preparando pan y el ruido de las cucharillas sobre los platos de café del bar de Ana.
Lo veo, lo oigo, lo huelo como si estuvieran aquí, los he visto tantas veces. Siempre me dan algo, un panecillo, una fruta, un filete, unos huevos, son todos muy amables conmigo.
Me dicen que me traiga un libro, que lea, que por la noche no pasa nada, pero prefiero caminar, leer me da dolor de cabeza y se me hace eterno. En lugar de eso miro las esquinas, veo como el haz se adapta al fondo, busco algo olvidado…
Ya ha pasado más de la mitad de mi turno, aprovecharé para ir a la garita y comer lo que me ha preparado mi hermana Gloria, antes me lo preparaba Mamá, pero ya no está. Me gusta este trabajo, me propuso mi cuñado y casi todos aceptaron, era de confianza, pues claro, si me han visto crecer. Algunos no estaban de acuerdo, otra vez lo de distinto, pues yo me veo igual.
No falta mucho para que la luz de fuera vaya iluminando mi hogar, y las siluetas de las vigas del techo jueguen por los toldos y persianas. Crean figuras inquietas que me divierto esquivando mientras espero a que lleguen mis amigos. Pero hoy estaré solo, nadie vendrá a acompañarme, a darme los buenos días, a contarme algún chisme, a bromearme con las chicas, que me da mucha vergüenza… Solo el otro guarda. No me gustan los domingos, no me siento.