
Ruido5 (8)
Por fin ha vuelto el ruido a las calles, ese ruido de tumulto, de gritos agudos de niños y graves de no tan niños, de parloteos sin trasfondo ni modestia. De pelotas inclementes golpeando la pared o botando sin gracia, de ruedas de patines castigados por el asfalto, o de bicicleta liberada del inestable pedaleo. Ruido normal, del día día, del de un lugar con vida.
Atrás quedan los silencios interrumpidos por un vehículo furtivo, o una furgoneta de escaso reparto, u otra acompañada del sonido del compresor y el del líquido proyectado cubriendo de lejía diluida las fachadas y suelos, o el camión de los desechos. Acompañados, de vez en cuando, del comunicado de mantenerse encerrados, escupido por altavoces sobre vehículos de la ley y el orden. O el de algún clandestino viviendo al límite de la norma, o del que avisa que va a por el pan. O, incluso, del carrito de la compra con una rueda tuerta.
El ruido de ahora produce la sensación de regresar después de haber estado perdido, de reencontrase en el espejo después de haber superado el exilio propio tras el secado del vaho, de recuperar una amistad extraviada.
Sin embargo la noche trae los otros ruidos, ese crujir de la casa asentándose, de la tierra estremeciéndose que hace imaginar y temer. Una apagada tos sospechosa. El del pájaro noctámbulo que reclama compañía, el de algún gato contrariado peleando con un contenedor. El del viento inconstante que se hace valer, o el de las gotas que empiezan con timidez y devienen en marea.
Todavía no han regresado los conocidos, los que me acompañaban en las noches de antes, la carcajada sin ganas y a destiempo. El coche que comparte el sonido de su motor y la radio, la moto que necesita darse a conocer. Molestos pero propios, su ausencia provoca nostalgia de lo frecuente.
Mientras sigo tumbado, tan solo escuchando sonidos, con el deseo de sentirme envuelto en los ruidos de fuera, ansiando vivirlos, y poder caminar entre ellos, entre mis ruidos.