
Relámpago4.8 (5)
Fue como el fogonazo de un relámpago, explotó ebria de rencor tras beber los afrentos de los que era víctima. Ya no pudo aguantar más, ni todo el Zen abrazado durante años pudo evitarlo, estaba harta de la marca de libertina que, invisible, arrastraba. La vida en un pueblo pequeño es dura, con paredes como ventanas abiertas, y mentideros donde engrosar la más nimia cuestión hasta crecerla en pecado. Ni con la televisión se habían apaciguado esas costumbres.
¡Pecadora! Habían pintado en su puerta, en su imaginación aparecían muchas caras. No sabía quién pudo ser pero si donde se había fraguado. Y todo por haber oído unos ruidos extraños, desconocidos por muchas, y menos por unas pocas afortunadas sabedoras, que jamás lo confesarían, que salían de su casa.
Ya lo de vivir sola no fue nunca aceptado, no por sororidad, sino por ser un hueco donde podían tentar sus maridos. Algunas ya especulaban quién podía haber sido el adultero, no hay que perder el tiempo, y la que no estuviera tendría muchas posibilidades del infortunio de llevar cornamenta imaginaria.
Entró en la iglesia y les gritó: ¡Mojigatas! ¡Pintaros vuestros insatisfechos coños! Todas la miraron sorprendidas, ¡Qué atrevimiento! ¡Insolente! El cura miraba asombrado, atacado de una afasia repentina. ¡Y tú calzonazos, a ver si me defiendes alguna vez, que bien que disfrutas! Y con toda la indignidad de no haberse controlado, pero la satisfacción de soltar lastre, les dio la espalda.
Todos creen saber de todos, pero algunas veces hay algo de fondo que por no admitirlo, ni se sospecha, o por lo menos se calla. Al fin y al cabo qué es el pecado sino una desviación de la línea oficial, de los comportamientos heredados.
Pero como cualquier relámpago, la luz se apaga pronto, dejando el eco del ruido mezclado con el olor a ozono. Y si hace mucho de la última tormenta, lo más probable es que todo lo que esté en el exterior quede impregnado del desagradable polvo que flotaba en el aire.