
Puede votar0 (0)
Una jornada sin incidencias…
Domingo, 8 de la mañana. Estaba convocada supliendo al presidente en caso de no presentarse, un mal pálpito le había acompañado toda la semana. En la reunión informativa ya se lo adelantaron, se habían presentado muchas justificaciones para evadir la obligación de estar en las mesas electorales.
La premonición se cumplió y le tocó ejercer la sustitución. Había deseado volver a casa y que tan solo fuera el recuerdo de un madrugón en domingo pero iba a pasar todo el día en aquella mesa.
Preparó, con ayuda de dos desconocidos que, como ella, se resignaban a “disfrutar” del domingo en aquella aula, las urnas, el censo correspondiente, las papeletas, sobres, rotuladores y una regla. Recordó las tardes ayudando a sus hijos con los deberes, una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras asumía el tiempo que le quedaba por delante.
Alrededor los apoderados pululaban comprobando, con más o menos simpatía, si todo estaba en orden. Alguna sorpresa se llevó reconociendo la afiliación de algunos. Saludos, deseos de tener un buen día y ofrecimiento de ayuda por los más veteranos. Una leve excitación flotaba en el ambiente, como en la inauguración de una feria comarcal. Fuera la policía local garantizaba la solución de incidentes. Qué lejos quedaban aquellos tiempos en los que la seguridad era más necesaria ―reflexionó.
Dieron las 9 y empezó el baile de votantes que aguardaban el inicio. La mañana transcurrió sin grandes acontecimientos, revisando documentos de identidad, trazando rayas en un listado y repitiendo, cansinamente, la autorización a votar. Entre los participantes conocidos, despistados, algún gracioso y el que siempre da la nota. Uno pretendía votar sin DNI, ya le conocían todos, decía; otro que no recordaba bien su nombre; un marido que quería votar en la misma mesa que su mujer, sin corresponderle… Y las sospechosas monjitas conduciendo una fila de mayores renqueantes con sus sobres ya cerrados, apareciendo en las horas de menos afluencia.
Los apoderados, sin otra cosa que hacer, no paraban de examinar el acontecer normal de un día de lecciones. Algunos colaboraban y otros parecía que les hubieran otorgado un título, dada la importancia que ostentaban.
El día se fue llenando de momentos tranquilos y otros más agitados, sobre todo los últimos, manías de dejarlo para última hora…
Por fin se cerró el colegio a las 8, momento en el que incluyeron en las urnas los votos por correo. Un enjambre de interventores se adhirió al recuento. Qué desconfianza ―pensó. Aunque eran varios escrutinios, no encontraron ninguna dificultad y todo fue bien, tan solo la repetición del conteo de las papeletas de una de las elecciones, por petición de uno de los delegados, más por hacerse notar que por equivocación. Aun así fue largo, muy largo. Las actas y la insistencia por comprobar la corrección del cálculo, prolongó hasta muy tarde la jornada. Cada vez miraba con más frecuencia el reloj. No podía ser, pasada la una y todavía quedaba entregar la documentación. El nerviosismo y el agotamiento impregnaban a los presentes, pero había que acabar.
Son ya las 2 cuando termina con todos los trámites y se puede ir a casa. Una sensación de haber cumplido un deber se mezcla con la de haber perdido el día. La proximidad de la cama le alivia un poco el hastío pero no el cansancio. Se acostará nada más llegar, ni siquiera verá los resultados, ya ha tenido suficiente, espera que no la vuelvan a llamar o por lo menos encontrar una buena justificación. Por cierto, ¿cómo se llamaba el titular que no apareció? mejor no saber.