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Navidad, navidad…
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18 de diciembre de 2018 0 Por Juan Aguilar
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Para, respira y piensa

Llegan estas fechas en las que parece que todo se transforma. Celebraciones, felicitaciones, compras, familia, turrón y cava. Y luego llega un nuevo año con multitud de promesas, que la mayoría, como esos fascículos coleccionables de las cosas más pintorescas, perderán impulso en cuanto avance las primeras semanas.

Otro de los hechos infalibles de estas fechas es la aparición de alguna película, que de una manera más o menos simplona, pretende imbuir a sus espectadores de ese ubicuo pero esquivo “espíritu de la navidad”. Amén de cuentos, libros y demás accesorios enfocados a su venta.

Se nos ha contado sobre esta época desde el terror con moralina de Charles Dickens en su Canción de navidad, la explicación de dónde surgen algunos de sus personajes como en Vida y aventuras de Santa Claus de L. Frank Baum, o sobre su vida y aventuras en Las cartas de Papá Noel de J. R. R. Tolkien, e incluso sobre la visión comercial de la navidad con final feliz de ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! de Theodor Seuss Geisel (Dr. Seuss)

Sin duda es un momento especial, de gran ilusión sobre todo para los pequeños, enamorados y otros individuos propensos a estados de pasmo.

No pretendo criticar todo este movimiento pretendiendo que es solo un montaje mercantil, y mucho menos reprobar a los escritores mencionados, que son de mi admiración. Solo destacar esa obsesión por vender y comprar, por correr, por nadar arrebatados entre multitudes, por sofocarse en congestiones de tráfico, como si no hubiera un mañana. Tranquilos, el mundo no se va a acabar este año.

Tan solo es una llamada de atención, a parar por un momento y reflexionar sobre lo actuado durante el pasado, y marcarse unos objetivos sensatos cara al año por descubrir, en los que se podría incluir el de ser más amable. Yo lo voy a hacer, ¿me acompañas?

                  ¡FELIZ 2019!

Casa del Acantilado, Cima del Mundo, cerca del Polo Norte

Navidad de 1925

Mis queridos chicos:

Este año tengo muchísimo trabajo (solo de pensarlo la mano me tiembla todavía más que de costumbre) y poco dinero. Lo cierto es que han pasado cosas atroces y se han estropeado algunos delos regalos que tenía listos. Además, no está el Oso Polar para ayudarme y me he visto obligado a mudarme de casa justo antes de Navidad, así que, imaginaos cómo está todo. Ahora entenderéis por qué he cambiado de dirección y por qué os mando una misma carta a los dos.

Ocurrió lo siguiente: un día muy ventoso de noviembre, se me fue volando el gorro y se quedó colgado de la cúspide del Polo Norte. Le dije que no lo hiciera, pero el Oso Polar se empeñó en subir a buscarlo… y lo hizo. Pero el Polo se rompió por la mitad y cayó sobre el tejado de mi casa. El Oso Polar, por su parte, se coló por el agujero que se había hecho y apareció en el comedor con el gorro puesto en el hocico. Toda la nieve del tejado resbaló y acabó dentro de la casa; se derritió y apagó todos los hogariles, y el agua llegó hasta los almacenes donde tenía ya guardados varios regalos de este año.

Además, el Oso Polar del Norte se rompió la pata. Ahora ya está recuperado, pero me enfadé tanto con él que dice que no va a volver a ayudarme jamás. Creo que se siente ofendido, aunque supongo que se le habrá pasado antes de la próxima Navidad.

Os envío un dibujo del accidente y de mi casa nueva en lo alto de unos acantilados, por encima del Polo Norte (con unos almacenes estupendos dentro de los acantilados). Si John no entiende mi letra tan temblorosa (mil novecientos veinticinco años pasan factura) puede pedirle a su padre que le ayude.

Por cierto, ¿cuándo va a aprender Michael a leer y a escribirme cartas?

Muchos besos para los dos y para Christopher, que tiene un nombre precioso.

Eso es todo. Hasta pronto,

Papá Noel”

J. R. R. Tolkien – Las cartas de Papá Noel