
Mesa contigua4.9 (7)
Sin prisas una pareja, con los brazos enredados en sus cinturas, llega hasta la terraza y toma asiento. En la mesa contigua un grupo de cuatro jóvenes, en pares, les miran con escaso disimulo. Con la cara descubierta luciendo la creencia de una inmortalidad desvergonzada, refractaria a la más mínima prudencia. Algo con que distraer una aburrida tarde de sábado, amontonando cáscaras, sin otro lugar donde ir.
Se aproximan, inclinándose sobre la mesa, para esconder el diálogo. No los conozco, son de afuera, —comenta uno con la nariz desproporcionada. —Mira cómo se agarran las manos, —dice otra, que lleva una parte del Pantone en sus uñas y una oreja martirizada con aretes imposibles—, estos se han escapado de fin de semana. Asienten todos con una sonrisa bobalicona cargada de una supuesta picardía.
Se acerca el camarero para tomarles el pedido. Al cabo de un breve tiempo les trae dos gin tonics, en una copa de balón, con algunas motas oscuras flotando en su interior. Se quitan las mascarillas, brindan, toman un largo sorbo, sin beber mucho, para sentir el frescor y dejarse anestesiar por el aroma, sin perder la mirada. Se acercan para besarse mientras apoyan, por intuición, las copas en la mesa.
En la mesa contigua no cesa el escrutinio y se abre un debate, —estos son unos pijos que se han escapado de la ciudad —habla entre dientes una de pelo con pretensiones de actriz, —vienen a restregarnos su clase —declara con rencor. —Seguro que él es casado y la ha traído para a echar un polvo —asevera el que faltaba por opinar, blandiendo unas orejas alejadas de la cabeza— a saber de qué están hablando, de alguna gilipollez de viajes o marcas, o vete a saber.
—Para estos ni existimos —sentencia la del arcoíris en los dedos. Y así aumentan el nivel de interpretación antropológica. Hastiados, amargados, optan por levantarse e irse, abandonando cuatro vasos, apurados hasta no dejar rastro del contenido, entre un cúmulo de restos de corazas de pipas.
En la mesa contigua, aproximados y en un susurro le dice él a ella —Lo ves, la rubia está con el soplillo y la gótica con el napias.