
Mercadillo4.8 (5)
Es viernes, día de mercadillo en el pueblo. Un ir y venir de furgonetas, pequeños camiones y mucha gente se han adueñado de la plaza. Todavía a oscuras, y con la temperatura en contra, van instalando sus estructuras, como si de un circo se tratara, para terminar al final en un rompecabezas de toldos multicolor.
Cajas de todo tipo, percheros de pie y colgados de los armazones, y algunos simplemente una tela en el suelo, terminan de concluir el decorado. Verduras, frutas, ropa, zapatos, encurtidos, chuches, regalos de poca vida, perfumes, frutos secos, ropa, y hasta bacalao salado están expuestos con un atractivo desorden.
Es el momento de reponerse del esfuerzo y quitarse la escarcha. En grupos unos, y solos otros, abren sus termos y se sirven café en tazas que humean con el contraste del ambiente. Algunos se acercan a un bar cercano para tener más intimidad y contarse cómo les va, la mayoría se conoce de coincidir, desde hace mucho, los viernes aquí y otros días por ahí.
El sol se va haciendo un hueco y los vecinos más madrugadores van llegando para aprovechar la frescura del género. Gradualmente se van añadiendo nuevos compradores y ya se nota más agitación en el mercadillo. Aparecen dos municipales a comprobar que todos han abonado sus tasas. Nadie se preocupa, ya son parte del ambiente.
Las sombras se van acortando y crece el tumulto, el frío es casi un recuerdo. El público guarda turno paciente ante su tenderete de confianza, mientras el tendero confirma el pedido tímido de una diminuta abuela.
Desde los otros puestos se oyen los reclamos de sus inquilinos, tratando de tentar a los paseantes. La algarabía es tremenda, artículos voceados, compradores y vendedores alzando la voz para hacerse entender, parece que el grado de agitación no va a parar de aumentar.
Llega el mediodía, la gente se retira a sus domicilios, tan solo van quedando los rezagados, que van escogiendo de lo que queda, mientras los comerciantes ya van cargando sus vehículos con lo que no han vendido. Saben que el día prácticamente ha concluido.
Pronto recogen sus quioscos y se preparan para irse, no sin antes despedirse de sus compañeros, y contarse un poco como ha ido, sin exagerar, no vayan a despertar envidias.
Ha pasado la hora de la comida y tan solo quedan contenedores llenos, algunos restos vegetales y unos papeles jugando con el viento. La plaza queda aliviada de la multitud, hasta el siguiente viernes.