
La playa5 (6)
Amanece, la playa está solitaria, tan solo la sombra alargada de una gaviota rompe la monotonía del paisaje. Al fondo, unos inquietos personajes de edad avanzada pululan por el paseo. El sol va entibiando el ambiente. Poco a poco los mayores, armados de lanzas enteladas y escudos plegables, se van situando bajo la vigilancia de los guardias.
Dan las ocho, suena un silbato y los ancianos corren a la conquista de la orilla. Algunos empujones en la carrera y discusiones en la alargada meta, dejan paso a la calma tras la oportuna intervención de la autoridad.
Al cabo de un corto rato queda una escena pisoteada, temerosa de su regreso, con una colorida barrera que oculta el tímido romper de las olas.
Han pasado un par de horas desde la lucha por el territorio y la playa se va moteando de buscadores de sol, embadurnando sus cuerpos con protectores para los rayos. Pronto serán rodeados por hordas escandalosas, ocupando territorios más alejados del agua, pertrechadas de diferentes útiles para combatir la temperatura y el tedio.
El aire transporta una mezcolanza de olores aceitados. El calor abofetea a los expuestos al astro y a los parapetados bajo los toldos de un solo pie.
Comienza una constante romería desde las parcelas afelpadas hacia la ansiada agua, atravesando laberintos sin orden, fronteras sin respetar. Una yincana de delirantes obstáculos no siempre salvados.
Las olas reflejan el irisado resplandor del vertido de ungüentos, unos para proteger otros para tostar. Cuerpos suben y bajan al compás del avance de la pleamar. La espuma se acerca a la peleada primera fila, protegida de pequeñas murallas de arena, creando una expectación repetida a diario.
En lo más intenso de la luz, muchos abandonan su espacio para cambiarlo por lugares donde les esperan frías cervezas, sangrías de vino malo, ensaladas ya cortadas, paellas medio preparadas y pescados frescos, o no, por un elevado precio. Otros permanecen en los terrenos ganados a pulso, disfrutando de sus provisiones.
Una vez satisfechos el hambre y la sed, sobre todo este último, la arena se vuelve a cubrir de cuerpos somnolientos buscando el reposo de la siesta.
Unos baños refrescantes más intercalados con nuevas exposiciones al sol dan fin a la jornada. Las sombras se alargan y en el otro horizonte comienzan a destellar divertidas luces reclamando la atención de los ociosos bañistas. Unos se arreglaran para disfrutar de la noche, otros recalarán primero ante la iluminada tentación. Luego pasearán, esperando el frescor de la brisa.
La playa queda abandonada, tan solo quedan huellas, que serán borradas y alguna sombrilla olvidada.
Mañana volverá a ser conquistada, así hasta el fin del verano, cuando la playa descansará.