
La noche más corta4.8 (5)
Suenan doce campanadas, luces de artificio, con su ruido, y el griterío de la gente saludan a la noche más corta, la de San Juan. El verano comenzó confuso pero ya no tiene vuelta atrás. Muchos se reúnen en torno a hogueras, otros la llevan encendida por dentro. Saltan, beben, celebran, parece el comienzo de una nueva era, intentando quemar una vida anterior.
Y aquí estoy, en una de esas fiestas donde se olvidan las normas, donde no cuenta el pasado y el futuro ya llegará, probablemente con un fuerte dolor de cabeza y el resto del cuerpo arrastrado. Como en un zoológico enloquecido, la fauna asistente trata de romper los barrotes de sus propias jaulas. Sin límites, sobre todo para el ridículo.
La música invita al baile, pero de momento prefiero una conversación banal, sin mucha profundidad, mientras contemplo el paisaje. Ya conozco las consecuencias de no dosificar. Chicas y chicos jóvenes luciendo cuerpos que, enmascarados por los destellos de las luces, parecen tersos y brillantes. Algún que otro baboso que no quita ojo, anhelando que caiga alguna tela.
O ese espécimen insulso, abundante en estos hábitats, que ya ha tropezado dos veces, y que probablemente en la siguiente dejará de levantarse. Tampoco faltan esos que hinchan, con sobre esfuerzo, el pectoral mientras hablan con alguna que, educada, no comenta la artificial rigidez del cuerpo deseando desaparecer de la incómoda situación, mientras él no ve la hora de poder soltar la respiración y dejar que el estómago vuelva a recuperar su espacio. Y como no, el esperpento que transcurre entre un grupo y otro repitiendo la misma gracia, riendo al vacío en sus traslados, tratando de ser el alma de la fiesta para ocultar su triste soledad.
Esto es lo que tienen las fiestas de verano, no como las de carnaval, aquí sin máscaras ni disfraces hay que lucir lo que se ve y aparentar lo que no. Ya me voy animando, es hora de subir el pecho y ver que pasa, que es la noche más corta, la de San Juan.