¡Ha muerto la Paca!4.6 (5)
¡Ha muerto la Paca! Una fría brisa traía el mensaje rebotado en las laderas de los montes, sacándome de mi ensueño. Un familiar subido a una ladera, vociferaba trasmitiendo la funesta nueva a toda la comarca.
Volví a la realidad, percatándome de mi situación. Iba montado en un burro seguido de unas mulas con mi mujer, desde hacía pocos años, y su sobrina que vivía con nosotros, y al frente de la cabalgata su abuelo. Nos había llegado la noticia que su abuela pasaba por sus peores horas, y que estas no iban a ser muchas.
Parte de su familia, la materna, procedía de uno de esos pueblos perdidos de Castilla, cualquiera de ellas, donde la luz no había llegado y menos las comodidades de una ciudad de entonces.
Nos habíamos acercado en mi coche, el primero que me pude comprar y que estaba orgulloso de él, al pueblo más grande de la zona, que no pasaba de ser una aldea. No era la primera vez, tal vez solo la segunda, no creo que hubiera otra desde que me presentó como marido. Allí nos esperaba el abuelo, con el burro y las mulas.
No era un recorrido largo tal como se cuenta ahora, pero entonces, sin referencias, y menos carreteras, era extenso y penoso para, como se dice ahora, un urbanita. No muy lejos, son la complicidad de la noche, seguían llegando los ecos del heraldo: ¡Ha muerto la Paca!
Cuando llegamos, sutil pero ásperamente, me separaron de las mujeres y me llevaron a una habitación mal alumbrada por velas, que tan solo dejaban vislumbrar rostros hoscos en silencio, y frascas de vino y vasos en la mesa, con alguna chacina para aguantar el velatorio. La casa, una de pueblo, aunque grande y alta, pues poseían tierras de labranza y ganado, y había que guardar los frutos del esfuerzo, era un lienzo negro que tapaba parte del firmamento.
Del tiempo que pasamos y de la vuelta no me acuerdo mucho, pero aquel grito anunciando ¡ha muerto la Paca! Todavía anda revuelto entre mis recuerdos, y de vez en cuando asoma.
