
En la orilla4.6 (7)
Hace rato que está en la orilla con los pies en el agua, con la mirada vacilante sin querer evidenciar su desorientación. Unas veces se pierde en ese horizonte que le reta insolente, sabiendo de sus limitaciones, otras observando a las jóvenes y sus cuerpos, forzando la mirada para no ser descubierto, sabiendo que pertenecen a otro mundo del que hace tiempo salió. Para terminar por encontrar el lugar más seguro donde ocultar sus ya inocentes vicios, sus pies, más allá de esa curva fruto de unos órganos amontonados, cansados de sujetarse y agotados de tanto esfuerzo en filtrar antojos.
Unos pies que se van hundiendo levemente con la resaca que vuelve a su origen, tras cada embate sobre los guijarros acumulados tras eones repitiendo el movimiento, con distinta intensidad, pero siempre el mismo, instilando su presencia y reclamando la atención. Piensa en la cantidad de historias que podría contar cada uno de los pequeños cantos que forman la playa. A cuántas civilizaciones habrán visto, tal vez ya estaba aquí cuando llegaron los fenicios. Formarían parte del lastre en el carenado de algún barco heleno. O simplemente son fracturas de arrecifes o de los antiguos acantilados de la costa. Seguro que algunos son restos de conchas de moluscos, tal vez alguno prehistórico.
En esas reflexiones deja correr sus meditaciones, sin juzgar, tan solo las observa. Ya no le fija en la memoria lo que hizo hace un rato, sin embargo su pensamiento está lleno de los recuerdos de un pasado vivido. De vez en cuando una ola con más fuerza, cada tres, se atreve a avanzar más sobre la orilla, en su camino hacia la pleamar.
El zambullido escandaloso de unos niños le retorna a la realidad, con la vista hacia abajo. Aunque sufre el golpeteo de las piedras en sus tobillos, no es consciente del aumento en la intensidad. No puede evitar rememorar otras ocasiones con el mar como fondo. Le embarga cierta melancolía, haciendo un recuento de vivencias, tiempos pasados, con la esperanza y el anhelo desbordando una juventud ya muy lejana. Los deseos a flor de piel y la confianza, ya perdida, en su capacidad para conseguir todo.
Y ahora con con el cansancio arrugando la piel y las ilusiones agostadas y tantas expectativas no cumplidas, se juzga de ingenuo, de la falta de perspectiva de entonces, y un punto de rencorosa amargura le ataca, exponiéndole descarnadamente aquello que no hizo, o hizo mal, en una exhibición de fracasos. La sombra de sus errores es más larga que la que proyecta su cuerpo al atardecer en la orilla.