
El piano5 (6)
Una voluminosa sombra apareció en la acera, miré hacia arriba y era el piano del inquilino del 5ºC, que lo estaban bajando con unas cuerdas. Iba distraído en mis pensamientos y no me había percatado del corro de vecinos que estaban observando la operación, al mismo tiempo que la comentaban.
Era el piano de don Miguel. Me acerque curioso por el hecho de desprenderse del instrumento, con el que nos arruinaba tantas siestas de verano, pero tantos chicos del barrio aprendieron a tocarlo, lo cual era más insufrible. Aunque alguno llegó lejos.
El pobre había muerto solo. Hacía días que no se le veía y la panadera, alarmada, llamó a emergencias, y se encontraron con los reducidos restos de lo que fue. Era muy educado, discreto y reservado. Su apariencia estaba entre la de un yonqui experimentado y la de un moribundo inexperto.
No tuvo hijos, ni creo que hubiera tenido fuerzas para tenerlos. Hace un par de días sus sobrinos se abalanzaron ávidamente sobre su herencia, para mal liquidarla. Según me contaron (en los barrios se sabe más de lo que parece), acumuló una valiosa colección de discos de música clásica, de la que por supuesto ya se habían desprendido.
Álbumes de fotos en los que aparecía con influyentes personalidades de tiempos pasados, cuadros dedicados de varios artistas, hasta una medalla al mérito artístico y un par de premios de interpretación de música clásica de un lugar extranjero, de bastante importancia. Esto, por la mismas fuentes, fue donado al conservatorio de música de la ciudad. No debieron poder venderlo.
Mientras el piano en su descenso roza la calvicie de los árboles en otoño, pienso en lo desconocida que es la vida de los que nos rodean, y que fácil es criticar a otros por su apariencia o situación presente, sin conocer su vida anterior. Cómo me hubiera gustado poder haber tenido la posibilidad de charlar con don Miguel.
Sigo con mi paseo, saludando amigablemente, pero con la esperanza que el día que desaparezca nadie llegue a saber quien fui.