
Domingo4.9 (7)
Domingo día para arrepentirse y recogerse, arrepentirse de la falta de fuerza de voluntad y recogerse ante un dolor desesperante de cabeza. Es un día para decir, una vez más, ¡no vuelvo a beber!
¿Cómo puede ser que la alegría de ayer hoy sea martirio? ¿Quién fue el sádico que inventó el alcohol? Seguro que fue por accidente, y espero que su resaca fuera monumental. Hay cosas que mejor dejarlas sin desvelar.
Ocurrencias como “No hay bar que por bien no venga”, o “el trabajo es la maldición de la clase bebedora”, hasta la de “¡viva el vino!” de un insigne político, pasan de graciosas vistas a través de un vaso con algo de color, a menuda estupidez cuando las recuerdas, si es que puedes.
Y el caso es que mientras más avanza la noche piensas menos en el día siguiente. Empiezas prudente, con el consabido: <dos cañitas y me voy> para terminar brindando inconsciente y a grito pelado: <¡carpe diem!>, mientras agitas un vaso que va perdiendo gotas de dignidad. Hablas con todos, y hasta haces que escuchas, pero te enteras poco, como decía aquel: “El alcohol te da infinita paciencia para aguantar la estupidez”.
Y aquí estas, de domingo, con la resurrección por llegar, con el cansancio arrugando las sábanas y un clavo haciéndose hueco en tu cabeza, “paladeando” los pocos y deshilachados recuerdos que se te aparecen. ¿Carpe diem? ¡Su madre!
Buscas un remedio en la comida que sabes que no funciona, y a pesar de ello caes, ya conoces el resultado, es un futuro cargado de presentimientos desoídos. El malestar perdura, te acuerdas de esa leyenda urbana que dice que lo mejor es volver a beber lo del día anterior, y, tan solo pensarlo, inicias una carrera contrarreloj al baño.
Vuelves a la cama y procuras no moverte, tarde o temprano se pasará, total, solo es domingo.