
Corte de pelo4.4 (5)
Una mañana más me miro y confirmo la necesidad de un corte de pelo. Lo he postergado hasta lo ridículo, ni mojado lo puedo moldear. Hace tiempo que no me peino, con las manos soy capaz de colocarlo, pero ahora se resiste, clama una intervención.
Voy, como siempre, con prisas y no tengo tiempo para parar, explicar, una vez más, cómo quiero el corte, vaciar la mente de conversaciones, llenarla con pensamientos perdidos y dejar la huella efímera de mi paso por el suelo del peluquero. Ya encontraré la ocasión.
De momento tengo que llegar a Correos, para recoger una de esos misteriosos certificados oficiales, enmascarados en el anonimato de unas iniciales crípticamente impresas por el cartero, que provocan la angustia y la duda.
Se ha levantado un viento que seca hasta las buenas intenciones y desmorona mi intento por disimular el exceso de pelo. Voy viendo el perfil de mi sombra más alargada que de costumbre. Espero no cruzarme con nadie.
Pero como ocurre cuando uno trata de desapercibirse, se encuentra con quien menos desea. Rematando la cola uno de esos cazadores de emociones, permanentemente buscando alguien donde dejar descansar su pena, se gira para darme la vez. Me resigno, la necesidad de conocer el contenido del inquietante sobre me empuja a sufrir un relato de amarguras y dolencias.
Con la sonrisa en posición amable y los oídos en modo ausente, observo sin ver a mi interlocutor. La cola avanza indecisa, no sé como interrumpir el serial de mi relevo en la vez. Quisiera cortar con el martirio, pero tal vez por evitar enfrentamientos o por falta de atrevimiento, sigo en mi propia picota.
Mientras trato de mantener el gesto cordial, de reojo, contemplo como el viento juega con mi estima, perdida en una esperpéntica silueta rematada en un espumillón navideño, agitado por un loco. ¡Me urge un corte de pelo!
A ver si mañana encuentro un hueco…