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¡Con piedras en los bolsillos!
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29 de enero de 2019 0 Por Juan Aguilar
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Lo que el viento arrastró

Me he levantado con la sensación de tener la cabeza metida en un casco de moto, de una talla menor. No he dormido bien, y estoy embotado. Desde ayer no para de soplar el viento, con rachas mal intencionadas, que se llevan ramas y descanso.

Toda la noche, por lo menos cuando despertaba, que era bastante frecuente, he escuchado sonidos de lo más inquietante. A los inestables bramidos, que más o menos había interiorizado, se les unían unos crujidos algunas veces en el techo y otras en las ventanas, que me despertaban alarmado. Procuraba retomar el sueño con la explicación de ser provocados por alguna rama suelta. Temía encontrar, con la luz del día, los troncos de los árboles pelados.

No eran las 5 cuando ya no pude volver al coma, y me decidí, harto de tanto impacto y silbido, ponerme con la lectura, con la convicción de no poder seguir durmiendo, y de hacer tiempo, calentito, hasta la hora de levantarme. Acostumbro a madrugar, pero no tanto.

Sin sonar el despertador, entre otras cosas porque no lo pongo, he salido de la cama, con el mencionado casco. De fondo los aullidos y golpes de ramas, que me han acompañado en el aseo, vestimenta y desayuno, que he intentado atenuar con la radio, hoy más alta que de costumbre, mientras revisaba la prensa, con la intención evidente de informarme, y la añadida de quitarme ese estruendo de mi mente.

He emprendido la jornada laboral, correos, mensajes, notas pendientes… y el puñetero viento.

Hoy era un día de visitas, y he salido a por el coche. Bueno, en realidad no he salido, me han sacado. Ha sido asomar por la puerta y ser empujado por el malintencionado aire, acompañado de agua, que más parecía leche, por la mala que traía. La calle llena de ramas, las sempiternas bolsas de plástico, latas (ya se las podrían meter en…), objetos indescifrables, algún que otro errante contenedor y pájaros agarrotados en inestables ramas.

Con esfuerzo para no ser tirado, he conseguido abrir la puerta del auto sin que me abandonara. Pero hemos entrado yo y agua suficiente para lavar la luna, el salpicadero, las alfombrillas y los asientos. ¡Qué placer sentarse en mojado! Menos mal que no se me ha ocurrido abrir el paraguas, todavía estaría dando tumbos, inservible, inútil, como un boleto de lotería sin premio.

En un día como hoy, te acuerdas que llevas tiempo pensando que deberías cambiar las escobillas del limpiaparabrisas… Entre la poca visibilidad y el huracán, dando bandazos en la carretera, martirizado por un sol bajo, que se refleja en el asfalto empapado, por un agua que no sabes de dónde viene, he visitado varios pueblos de la sierra. En realidad he visitado librerías, para dejar algunos ejemplares de mi libro, que por si alguien todavía no lo conoce, se titula Relatos de cocina.

Me he limpiado varias veces las gafas, secado el rostro, recompuesto el escaso pelo que queda, e intentado no nadar cada vez que abría el coche. Eso sí, con buena cara, que estaba vendiendo. Tengo que decir que me resulta bastante fácil hablar de mi libro…

De vuelta a casa he contestado correos, realizado alguna labor administrativa, un rollo, y me he puesto a comer, para mi un ritual. Disfruto de ello, para corroborarlo puedes adquirir Relatos de cocina (creo haberlo mencionado). Durante la comida ha seguido soplando el desagradable acompañante, restando la satisfacción de los alimentos, vamos, que no he disfrutado nada.

A esa hora el hartazgo ya era insufrible. Para compensar, me he echado un rato. La verdad es que lo intento hacer siempre, pero no quería parecer un ocioso. La siesta una quimera. Otra vez a leer, me gusta, pero un sueñito…

En fin, aquí estoy, contando un día zumbado y renegando del viento., porque no para. En esta situación, pienso en lo que debe sufrir un farero. ¡Ah! Que ya son automáticos, pues vaya, me has jodido el final.