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19 de marzo de 2019 2 Por Juan Aguilar
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Reflexiones alrededor de una parrilla

Puede que tengamos una relación atávica con el fuego, que sigamos maravillándonos con las formas aparentemente caprichosas de las llamas, la atracción que ejerce sobre el observador. Supongo que se mezclará algo de agradecimiento por habernos facilitado nuestro progreso como especie, con un miedo cerval ante su potencial efecto devastador. El control del fuego es uno de los grandes hitos de la humanidad, aunque me temo que, por mucho que lo podamos mitificar, fue algo más casual que épico. De todas formas lo importante son las consecuencias de ese dominio, iluminarse, protegerse del frío, de las fieras (cómo me gusta esta palabra), cocinar… No es de extrañar que se le haya dado estatus divino, que se haya danzado a su alrededor invocando espíritus, o que todavía se tenga la idea de un fuego de campamento, emulando a los primitivos alrededor de la hoguera o intentando explicarse lo que acontecía a su alrededor.

Pues todo esto se me ha ocurrido encendiendo la barbacoa, como se podrá observar me ha costado un poco, dándome tiempo a cavilar sobre estas cosas y otras, que por sentido estético no voy a reproducir.Así he arrancado un mediodía de este fin de semana, encendiendo fuego para obtener brasas, con las que asar algunas carnes (lo siento por los vegetarianos, pero una parrilla…) Mientras se transformaba la madera en ascuas, me ha dado tiempo para estudiar qué extraño fenómeno es el de la madera agarrándose a la vida a pesar de estar sufriendo. El tiempo que tarda en convertirse en cenizas, su manera de sacrificarse dando el calor necesario para poder cocinar. Bueno, en esto último creo que me he pasado, no debe hacerle ninguna gracia arder, aunque tampoco ser cortada, ni… mejor lo dejo antes que me de cargo de conciencia.

Con las brasas, y después de limpiar las parrillas, empieza el trajín de alimentos. Cortar, sazonar, colocar por tiempos de cocción, una serie de operaciones que dan pie a que todo los concurrentes opinen, que esto es como el fútbol que cada espectador es un entrenador, pues en esto los observadores son parrilleros con másteres en Argentina, donde dicen que hacen los mejores asados, doy fe. Que si hay que esparcir los rescoldos, que si la parrilla ha de estar más alta, que si se sala antes o después, que solo se da una vuelta, en fin, lo dicho, todos ¡honoris causa!

Por suerte en este caso es solo familia, y estamos más dispuestos a acompañar al esforzado cocinero, en esta ocasión no me toca, departiendo unos vinos, que siempre se agradece, la compañía y el vino, que el oficio de parrillero de fin de semana es muy solitario.

Aprovecho que el protagonista está arropado y me voy a hacer unas salsas, que la comida sale rica de la barbacoa, pero untada con algún moje de los míos está mejor.

Es un día de calor y se agradece alguna cervecita entre vino y vino, ya sé que es algo ordinaria la mezcla, pero ¡cómo refresca!

Por fin salen las primeras carnes, es el momento de acomodarse alrededor de la mesa, donde ya están las ensaladas y mis salsas. Sigue corriendo el vino y los primeros cumplidos. Ya todo es un ir y venir de carnes, boles con ensaladas, compañeras obligadas, alguien que expresa su disconformidad o su vicio, pidiendo sal. Se forman pequeños corros hablando de vivencias, opinando de actualidades, recordando a otros familiares, otras comidas, no sé porqué ocurre esto cuando se está comiendo pero ocurre, algún chiste, no puede faltar algún gracioso.

Y así pasa un día de celebración en familia, algunos con el café, otros sesteando en la hierba, aprovechando un día soleado, que espero cambie pronto y empiece a llover, ¡que seguimos en invierno!

#relatosdecocina