El profeta4.9 (7)
Algunos le habían considerado el profeta de los nuevos tiempos, el adalid de los desvalidos, el azote de los poderosos. Ahora aquel referente de los sin voz, se sienta cansado en un sofá que huele a recuerdos, en una habitación en la que se ha quedado el tiempo. Solo, gritando por dentro, borrado por la oscuridad del olvido.
Sueña con unos tiempos en los que estaba rodeado de seguidores, y contaba con altavoces para transmitir su palabra, que quedaba grabada en las mentes de necesitados de causas, de marginados, de dignidades castigadas…
Mientras atiza los rescoldos de recuerdos para refugiarse del dolor, trata de rememorar en que momento le abandonaron unos, y le insultaron otros. Todos traidores a la evidencia de su verdad.
Otros muchos, después de haberle conocido por lo poco que se mostraba, y lo mucho que exhibía, simplemente se apartaron escépticos, incluso indignados por tanta superchería. Esos fueron el principal blanco de sus arremetidas. Según incrementaba la intensidad de su vehemente odio, se incrementaban las filas de los agraviados y descreídos de sus palabras. Hasta caer en el ostracismo.
Ya casi difuminado de la memoria de aquellos que le sufrieron, y eliminado de los pensamientos de quienes le siguieron engañados, se consume en su triste soledad, tan solo acompañado a ratos por un gato infiel.
Desde la ventana se vislumbra una habitación inmersa en el moho de recuerdos confusos, que va quedando pintada por un sol vencido. Allí se apaga el profeta, entrando en las sombras del portal de la amnesia, esa de la que no se vuelve.
