Tarde4.8 (5)

Tarde
4.8 (5)

14/02/2025 2 Por Juan Aguilar
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Por mucho que corra sé que llegaré tarde al teatro, no tengo claro si me dejarán entrar, una amiga actúa y no quisiera quedar mal, tiene un genio “algo” irascible. Tampoco quiero llegar sudando, que con tanta ropa el calor sube enseguida.

He salido con el tiempo suficiente aunque algo justo, no está muy lejos de mi casa y cuando algo está cerca tendemos a apurar los plazos. Si no sucedía nada hasta me tocaría esperar.

Pensé que podría ir a pie y así lo hice. Iba tranquilamente caminando, observando los escaparates, la gente, que atrevidos son algunos y algunas, por no decir aquello de “¡qué fauna!”.

Ensimismado, sin centrar la atención, ni el juicio, bueno un poco sí, lo del juicio, repentinamente rocé un bolardo, que casualmente tenía una argolla rota, en la que me dejé medio pantalón. Eso me hizo volver de golpe a la realidad, y a jurar en arameo. Así no podía ir al teatro.

Volví corriendo a casa para cambiarme los pantalones. Mientras galopaba iba pensando en los otros que me pondría, para ir avanzando, otra vez sin prestar atención. Terminé encima de el capó de un coche al cruzar una calle. No me hice nada pero perdí un poco de tiempo pidiendo disculpas a una señora atacada. Tampoco me fije si le dejé un bollo, volví a mi carrera.

Atajé por una de esas calles estrechas que abundan en mi barrio, últimamente llena de bares, cuando una vecina se le ocurrió regar las plantas con poco tiento. Me empapó de agua nada clara. Me cambié de acera para increpar a la regante, sin darme cuenta que me colocaba delante de la puerta de uno de esos bares, y como no, se abrió repentinamente golpeándome la cabeza. Me giré enfurecido agarrándome la testa, hacia el grupo de chicos que salían, que se quedaron paralizados y empezaron a deshacerse en perdones. No tenía tiempo ni para quejarme. Volví a ponerme en marcha y me fije en las manos manchadas de sangre ¡Joder! Me dije, adiós al jersey, seguro que se mancharía. ¿Qué más me podría pasar?

Llegué a mi calle casi sin aliento, y sin ver un charco, en el que me metí con tan mala fortuna que resbalé y si quedaba algo seco en mi ropa, ya no. Y con ello también se me fue la idea de lo que había pensado en ponerme.

Subí a casa desesperado, mientras me cambiaba de pantalones me fijé en un agujero que tenía en el jersey, imagino que era consecuencia del atropello, y por detrás, tal como había pensado, unas manchas de sangre. Ya lo podía tirar. Además la pantalla del móvil tenía un buen golpe… Elegí la ropa mecánicamente, con la esperanza de que estuviera todo conjuntado.

Y aquí estoy, a ratos corriendo, a ratos con paso largo. Ya falta poco y no quiero mirar el reloj, no vaya a ser que me la tensión, ya acelerada, se me salga del cuerpo, ni perder la atención, que ya tuve una ida “accidentada”.

Según estoy llegando oigo sirenas de bomberos y policía, hasta alguna ambulancia. Qué desgracia pienso, siempre pienso en las personas que puedan sufrir una desgracia así, y me provoca aprensión. Se me ha pasado fugazmente la idea de un incendio cerca del teatro, pero la he desechado, no puede ser que me caigan más desgracias.

Bueno, ya solo tengo que llegar al final de la manzana y a la vuelta está el teatro. Aprieto el paso y giro. Me encuentro la calle vallada, bomberos, policías, sanitarios por todos lados, y el teatro ¡ardiendo! Me quedo aturdido, vaya con la profecía autocumplida, “majete” el Pigmalión.

A lo lejos veo alguien que me hace gestos dentro de una envoltura dorada. ¡Es mi amiga! Que se acerca hacia mí. Se abraza a mí y le correspondo. Entre sollozos no deja de repetir ¡qué desgracia! Trato de consolarla mientras pienso que suerte he tenido con mis “desgracias”, que no me ha sorprendido el incendio dentro del teatro… y sobre todo que no se ha dado cuenta de que he llegado tarde.

#Escaparate