Metro5 (6)

Metro
5 (6)

19/09/2025 0 Por Juan Aguilar
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Es temprano y estoy bajando por una de esas interminables escaleras del Metro, me da la sensación de ir al encuentro de Hades. Me acompañan en este descenso al inframundo gentes sin despertar, otras tristes y algunas con prisas. Por fin llego donde la multitud espera a Caronte para que le lleve más allá.

Tengo que dejarme de historias oníricas y despertar. Estoy en el andén esperando a que llegue el metro. Mientras llega miro alrededor y no dejo de pensar si vamos a caber todos en el vagón, se me aparece la imagen de los empujadores de los trenes de Japón, con sus guantes blancos y sus buenos modales, pero empujando para meter a los pasajeros. Aquí somos autosuficientes, nos empujamos unos a otros.

Miro a mi alrededor y veo gente de todos los orígenes, con la misma intención, entrar, y en el colmo de la buena suerte encontrar asiento. Molestas mochilas, auriculares con el sonido huyendo, bolsos, maletas… Espero que se bajen unos cuantos.

Se acerca el convoy y noto como los que están a mi alrededor se miran unos a otros, como midiendo posibilidades. Para y después de un par de segundos, en los cuales algunos han machacado con insistencia los botones de apertura de puertas, estas se abren. Empieza una pugna entre los que quieren salir, por el centro, y los que quieren entrar escurriéndose por los laterales, en busca del codiciado asiento. Esta vez no ha habido suerte, están todos ocupados.

Durante el trayecto me dedico, a modo de pasatiempo, a mirar alrededor. Una mujer, probablemente de algún país del este, está inmersa en un monólogo inacabable, que comparte sin inhibición alguna con el resto del pasaje. Veo a un hombre tratando de plasmar un texto en el móvil con poca convicción, borrando y reescribiendo en bucle.

Distingo al de los cascos sin filtro entre las cabezas, mientras por la espalda me clavan una mochila, ¿no las podrán dejar en el suelo? Más allá un joven abstraído con lo que deduzco que es un juego, uy el día que nos ataquen con un impulso electromagnético. Ya me he ido otra vez.

Entre dos personas que parecen ir juntas pero ni se miran, deben llevar tiempo juntos, observo a un pasajero hablando bajo, con ojos preocupados y con la mano delante de la boca, será para que no le lean los labios. Tal vez le esté dejando su pareja, o despidiendo del trabajo. Y más allá distingo a otra persona con la mirada vacía apretando fuertemente el móvil con las manos entre las rodillas cerradas. Vaya, parece que le han dado una mala noticia, ¿alguien muerto? Cancelo esa imagen.

Llego a mi parada, entre disculpas y algún empujón inocente, sobre todo al de la mochila, ese no tan inocente, me acerco a la puerta. A mi lado otro desesperado martilleando el botón para abrir, ¿no ven que no están las lucecitas?

Salgo del vagón, un ascenso largo y aburrido me espera, con unos personajes iguales a los de la mañana. Según me acerco a los tornos me entra cierta ansiedad por salir y ver el cielo. Aprieto el paso y por fin salgo del Metro. Una experiencia que algunos repiten día tras día, y siguen vivos.

#Escaparate