
Perro4.2 (9)
Esta mañana me ha dado el punto y he querido sacar a dar un paseo con el perro por el monte. No suelo hacerlo porque no le gustan las subidas, cosa que a mí sí, sin embargo en lo llano me lleva a rastras. Es un perro que pasaría por pastor alemán, pero él y yo sabemos que no, es adoptado y sin padre reconocido. Es “algo” broncas con los demás perros, a saber porqué, por eso siempre lo llevo atado con una cuerda larga, que nos conocemos.
Después de “convencerlo” para que subiera al coche (como envidio a esos que nada más abrir la puerta saltan dentro), he tratado de ir despacio por que el señorito se marea. Procuro siempre ir temprano, por no coincidir con otros perros, no digo ya con sus dueños. Que algunos creen que llevan la mascota de Daenerys Targaryen.
Pues a pesar de estar amaneciendo he coincido con otro, que llevaba su perro suelto. Uno e esos perros salidos de la mente de un descerebrado, de los que catalogan peligrosos, que ya me dirán para qué han creado un perro así, y sobre todo que hace en un piso.
Al principio estaban lejos, lo que me ha tranquilizado, pero poco a poco se ha ido acercando, además con esa sonrisa bobalicona que ponen algunos cuando tienen intención de hablar. He intentado alejarme pero el tipo ha sido persistente. Tanto Gandhi (así se llama el “simpatías”) como yo nos hemos ido poniendo tensos.
Cuando se ha alcanzado a tiro de piedra gorda le he sugerido que no se acercara más, o por lo menos que atara a su bestia. Y como no podía esperar otra cosa me ha contestado el típico: si no hace nada, está acostumbrado a estar con otros perretes (¿a quién se le ocurriría llamar así a los perros?). A lo que he tenido que contestarle: pues el mío no, y tiene mala hostia. Estuve a punto de decirle que el que estaba al otro lado de la cuerda también, pero le quise dar una oportunidad.
El tipo ni caso, hasta que Gandhi empezó a gruñir y el otro a contestar, y no tuve más remedio que soltarlo. El barullo duró poco, no sin salpicar de babas y sangre al listo. Los logramos separar, a base de gritos y algún palo. Gandhi vino cojeando, el otro con una oreja colgando y el dueño llorando.
Sin despedirme ahí los dejamos. Tuve que ayudar a perro que a pesar de ir mal herido, me pareció que sonreía. Me giré y allí seguía el tipo, arrodillado ante su perro de “marca” malherido.
Por un momento me dio pena, pero se me pasó rápido, y esta vez Gandhi no puso problemas para entrar en el coche.