
El socorrista5 (7)
Sentado en esa silla de arbitro de tenis, solitario, está el socorrista. De momento no hay mucha gente, pero sabe que no tardarán. Parece tranquilo, pero por dentro van los recuerdos de su paso por Afganistán, con otro uniforme. Y reza para que sea un día aburrido, sin incidencias, aunque es una plegaria que nadie escuchará. Por lo menos la mar está echada.
Van llegando algunos más y se van yendo los corredores, meditadores y algún que otro furtivo paseante de perro. Él prefiere dejarlo pasar, está para otros temas.
Suena el walkie, un compañero le avisa: ¡ya es la hora! Se gira y divisa hordas armadas de sombrillas, sillas, neveras, flotadores y toallas que se abalanzan sobre la sufrida arena, buscando un territorio que reclamar en propiedad, aunque solo sea por un día. Se yergue con la tensión reflejada en el rostro, no puede evitar recordar la salida de Kabul, la gente gritando desesperada, tratando de huir, la explosión y los muertos…
Se sacude la cabeza para espantar los fantasmas y afrontar el día. Estará sentado y alerta hasta que la muchedumbre se halla asentado y empiece a tentar el agua. Después algunos recorridos hasta la siguiente silla y vuelta, huyendo de los recuerdos.
Hoy tampoco será, un niño muy pequeño está siendo revolcado por las olas, y nadie parece verlo. Baja rápidamente, saltando los últimos tramos y corre hacia el niño, lo saca y le ayuda a escupir el agua tragada. Está en shock, le habla para calmarlo, por fin entre sollozos le indica donde está su madre, que absorta en una conversación ni se ha percatado del percance. Luego todo son llantos y mimos y agradecimientos al socorrista. Más fragmentos del pasado se le agolpan, mientras trata de sonreír y disimular el espanto que le corre por dentro.
Antes de terminar la jornada habrá sacado un hombre con un tirón en la pierna, asistido a un joven con una conmoción por hacer piruetas sin saber, buscar los padres de una niña perdida, indicar que la orilla no es para jugar con palas o pelotas, ayudado a una anciana a entrar y salir del agua… Hasta quedar con unas jóvenes para después en un pub, donde no acudirá.
Lo que es un día normal y agotador, nada comparado con aquel entonces, donde no había descanso ni tiempo para la distracción. Por suerte nadie se ha ahogado. Él sabe que necesita descansar, aunque le costará dormir, que es el principio del verano y que mañana será otro día de ruegos y recuerdos, con la esperanza de que alguien le escuche.
Hay muchos tipos de socorristas, los que nadie recuerdan pueden parecer desde la vista de unos niños que es un lugar de éxito, desde los ojos de un adulto que es un chiquillo que no sabe su responsabilidad. Desde dentro se acerca a la silla el primer día con ilusión, merodea el bordillo, otro dia ya encuentra un problema, otro incluso saca un niño en apuros del agua, Las normas son claras, que no se ahoguen , que no se molesten, que todos te observan y que no te vean relajado. Atento a las socorristas, como bañista y viceversa, quien sabe, puede surgir el amor, no solo ir de… sino casarte y saber que fuiste el socorrista y profesor de natación que los chiquillos te adoraban, los abuelos te apreciaban y unos días limpiabas el fondo y otros te sentabas con resaca ya que eran 100 días sin descanso, cada verano, con la responsabilidad de por vida de ayudar a quien lo necesite. Obligado legalmente a Auxiliar de por vida. Haber sido socorrista es un buen recuerdo.
Gracias por compartirlo