
La Mosca5 (4)
Llevaba tiempo sin poder dormir a gusto, noche tras noche sufría la agitación de convivir con la mosca. Sí, se refería a ella con el artículo determinado, estaba convencido de que siempre era la misma que, emboscada, aparecía en el momento de apagar la luz. Como si fuera la personalización del karma que, a modo de venganza, le devolvía todos sus malos actos del pasado. Aunque por mucho que tratara de recordar no encontraba esos actos.
Era un combate personal en el que la puñetera David podía con un Goliat armado de matamoscas, aerosoles con insecticida, trapos y otras armas que se pudieran encontrar en una vivienda. Se sentía asaltado, invadido, colonizado, en su intimidad por un insecto. Llegó a pensar si eran varias moscas que se iban relevando en la tortura. Pero se convenció de que era una sola, ella, la mosca. También estuvo tentado de ponerle nombre, pero eso era claudicar.
No se atrevía a recibir visitas, y menos de las íntimas, qué pensarían de semejante intromisión, y sobre todo lo que podría implicar sobre la aparición de esta clase de bichos… ¡suciedad! ¿Qué dirían de él?
En cuanto oscurecía aparecía el molesto zumbido, otra noche sin poder disfrutar del necesario descanso al final del día, y encontrar la reconfortante y necesaria acción reparadora del sueño. Ya no podía disimular la falta de descanso, ojeras, pesadez de ánimo, irascibilidad, apatía… Y una cara de vinagre que ahuyentaba a quien se acercara.
Pero una noche, ya dispuesto a sufrir de nuevo el ataque del parásito, no oyó ningún ruido. Parecía que el mundo se había callado. Ese silencio ensordecedor del que hablan se fue abriendo paso en sus preocupaciones, no podía moverse por la angustia que le oprimía. Sintió como si se hundiera en si mismo, el vértigo de no tener donde asirse. El mareo le provocó arcadas, le faltaba el aire.
Cuando creía que había llegado su final oyó un pequeño aleteo, ahí estaba la mosca de nuevo. Suspiró. Esa noche descansó.