
Su ombligo4.8 (5)
Tenía una capacidad excepcional, veía el mundo desde su ombligo, al que, por supuesto, colocaba en el centro de su universo. De aspecto terco, con la tristeza de quien lleva un gato mojado en las entrañas, vivía en una queja permanente, todo le sucedía a él. Era el destino de sus propias conspiraciones, en su interior se veía tan heroico en sus acciones, tan épico en sus narraciones que los demás, cargados de envidia, trataban de desprestigiarle contradiciéndole. Porque solo había una razón, la suya. El resto simple e ignorantemente estaba equivocado.
Forjado en los prejuicios de quienes se creen por encima de la multitud, no dejaba de gritar por dentro el por qué no le entendían, o simplemente le seguían, él ya sabía lo que se debía hacer. No se percataba que la mayoría, salvo algunos deslumbrados por su persuasión, no sabían ver desde su ombligo. Ni siquiera con las gafas de la necedad.
Quien sabe si sus circunstancias le habían echado de su entorno y se creo uno nuevo. O simplemente se fue formando por su propia cuenta, o guiado, en el egocentrismo extremo.
A pesar de su necesidad de ser escuchado no hablaba para todos, era selectivo en su público, y contaba con distintos discursos para cada tipo de audiencia.
A pesar de estar convencido en si mismo, no podía evitar percatarse que con el tiempo perdía oyentes de sus lamentos. Tal vez por la mansedumbre que embargaba a las masas, su conformismo, su falta de crítica. En su convencido interior no cabía la posibilidad de que le evitaban por hartazgo, por exagerado y poco fiel a la realidad, por no decir coñazo.
Poco a poco se fue desdibujando su figura, sus hazañas y sus palabras. Terminó, como muchos de esos mesiánicos salvadores del mundo, borrado por la oscuridad del olvido.